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Daniella Milanca Olivares: Una mapuche feminista para la Nueva Constitución

Daniella Andrea Milanca Olivares nació un 15 de septiembre de 1980 en el Hospital de Los Lagos. Es madre de un hijo llamado Alex y profesora de Historia y Geografía. Su familia paterna, los Milanca, vienen de Quilacahuin, localidad rural de la comuna de San Pablo, Provincia de Osorno. Su apellido mapuche-huilliche significa “Joya Dorada”. Por el lado de su madre, los Olivares, llegaron del norte y se asentaron cerca de Reumén (Lumaco).
Su padre, Andrés Juvenal Milanca Ruiz, profesor, y su madre, Zunilda Flor Olivares Zúñiga, peluquera, se casaron en 1970 en Valdivia y llegaron a Antilhue en 1973. Estuvieron un par de años ahí y después se trasladan a Los Lagos. Tiene un hermano que se llama Javier Eduardo, él también es profesor de Historia y Geografía, poeta y escritor.

Una infancia feliz y las primeras lecturas feministas
-Tengo un lindo recuerdo de mi infancia, porque mi mamá trabajaba sólo en la casa y me dedicaba mucho tiempo, tuve harto apego. Mi papá era el proveedor de la familia, él siempre ha trabajado como profesor de Educación Básica.
Nosotros vivíamos en la Población Nevada, frente a la antigua escuela. Fue nuestra primera casa hasta que nos cambiamos cuando yo cumplí cuatro años. Se me vienen a la mente imágenes de cuando salíamos a caminar, a recorrer con mis padres y hermano, íbamos al Río San Pedro y también al Río Collillefu, al sector Equil.
Después nos fuimos a vivir al sector Estación y teniendo cinco o seis años hice mis primeras amistades. Jugábamos harto en el barrio y también explorábamos el cerro, que estaba atrás de la casa. Kinder y Primero Básico lo hice en la Escuela Francia y después me cambié a la Nueva España cuando a mi papá lo trasladaron de escuela.
Los veranos íbamos a Riñihue y nos quedábamos en la escuela como dos semanas, era un beneficio que tenían los profesores. Lo pasábamos súper bien, llegaban todos los profesores con sus hijos e hijas, éramos como una gran familia.
De Segundo a Octavo Básico estuve en la Escuela Nueva España. Era un sistema muy “escolarizado”, muy estricto. Yo siempre tuve problemas, porque no me gustaba acatar tantas reglas e imposiciones. En general era ordenada y tenía buenas notas, pero me costaba estar sentada todo el rato. Una vez una profesora les dijo a mis compañeros que amarraran para me sentara derecha, para ellos era un juego, pero eso a mí me marcó.
Cuando salí de Octavo Básico me fui a estudiar a Valdivia, al Liceo Armando Robles Rivera. Era un buen liceo, exigente en el rendimiento, pero más relajado en otros aspectos. Tenía compañeros y compañeras muy simpáticos y era todo un mundo nuevo para mí. De hecho, todavía conservo varias amistades de esa época. Me sirvió mucho estudiar en el Armando Robles, porque pude desarrollar mi personalidad. En ese tiempo fui voluntaria de la Cruz Roja y también apoyaba actividades sociales en la Iglesia Cristo Rey.
Después volví a Los Lagos a cursar Tercero y Cuarto Medio en el Liceo Alberto Blest Gana. Mis primeras lecturas sobre feminismo las realicé como el año 97, en Los Lagos. No hacía trabajo social, pero me dedicaba a la lectura. Me hice amiga de la señora Adelina, encargada de la biblioteca del liceo, ella siempre me guardaba libros nuevos. Empecé leyendo novelas románticas y me encontré con teoría feminista.

La universidad y las luchas sociales
-Rendí la Prueba de Aptitud Académica e ingresé a estudiar Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de Los Lagos, en Osorno. Desde niña quería ser Profesora de Historia, por lo que la decisión no fue difícil.
Comencé a tomar cursos electivos sobre feminismo, porque en ese tiempo no se hablaba mucho del tema. Había una académica, trabajadora social, que se llama Olga Barrios, ella me enseñó e inspiró mucho. Yo era una estudiante comprometida con causas sociales, por lo que comencé a participar en distintas organizaciones de la ciudad: políticas, ecologistas, mapuche, feministas. A todo lo que me invitaban, iba.
Empecé a sentirme más identificada con el pueblo mapuche, porque nosotros –mi familia- sabíamos nuestro origen y la historia de nuestros ancestros, pero no participábamos en organizaciones activamente. En la universidad comencé a conversar con mis compañeros y compañeras, y varios se reconocían mapuche. Eso me dio más orgullo de mi origen.
También debo reconocer que la carrera me entregó mi profesión, pero no me entregó nada sobre feminismo o sobre el pueblo mapuche, todo lo que aprendí fue por mi cuenta, investigando en internet sobre el feminismo español o el argentino. Conocí a la autora Cecilia Moros, que habla sobre la sororidad y participaba en seminarios y simposios sobre mujeres víctimas de la Dictadura y la pastilla del día después. Por eso soy bien crítica de la formación de la carrera, era una educación muy machista y con muchos abusos por parte de algunos docentes. No sé si habrá cambiado la carrera con el tiempo. Lo mejor que puedo rescatar fue mi formación en didáctica.
Sin duda, mi vínculo con Osorno iba más allá de la universidad, porque conocí mucha gente comprometida en diversas organizaciones. Estuve bien activa cuando se separó Osorno, de Valdivia. Participé en la Corporación por Osorno, COPO, una organización transversal con muy buenos dirigentes y dirigentas, en donde me sentí muy cómoda.
Por la defensa del agua y del territorio
-Cuando salí de la universidad sólo pensaba en trabajar, mi hijo tenía ocho años y necesitaba urgente ejercer. Comencé en Osorno en un colegio particular subvencionado, hacía algunas horas solamente. Después postulé a un liceo de Lanco y me contrataron altiro. Como el área de geografía se vincula con temas de ecología, hice talleres de ecología para mis adolescentes alumnos (as). Me interesé por los problemas ambientales de la Región de Los Ríos y la defensa de la naturaleza.
En ese entonces también comencé a realizar clases en el Programa de Educación de Adultos, Chilecalifica, en Los Lagos, de las 19 a las 23 horas y conversando con los alumnos me di cuenta que en todas las comunas habían conflictos ambientales y que el tema no se abordaba pedagógicamente, y como sentía que había que comprometerse más, decidí apoyar la defensa del Río San Pedro.
Fuimos a una reunión con mi hermano Javier y decidimos ser parte de esta lucha, ¡cómo no defender la naturaleza! –pensé. Participamos en una reunión organizada por la Coordinadora de Defensa del Río San Pedro, en donde asistió mucha ciudadanía y algunos concejales de la comuna. La asamblea decidió que mi hermano Javier fuera vocero y de ahí no he dejado de apoyar todas las actividades de defensa realizadas.
En una de tantas actividades conocí a gente de la Revista Bagual, un grupo de jóvenes comunicadores, y me vinculé con ellos para apoyar unos talleres. Así comencé a relacionarme con organizaciones ambientales de Valdivia y de toda la región. También quise aprender mi lengua y conocí a muchos peñi y lamngen, que me han ayudado en este proceso de aprendizaje cultural, porque para aprender la lengua, debes aprender la cultura.
En mayo de 2016 comencé a participar de la Red de Humedales de Valdivia y desde esa coordinación he intentado seguir aportando con un trabajo desinteresado, que ha ido generando frutos. La ciudadanía organizada logró que haya una ley que protege los humedales urbanos, esto es una muestra de que las luchas no son en vano.
La ciudadanía debe estar más unida que nunca, sin pedirle permiso a nadie, el paternalismo ya terminó, la mentalidad del patrón ya se acabó. Debemos defender nuestros territorios a través de la educación popular. Las principales defensoras del agua en el mundo son mujeres, porque nosotras entendemos el principio de la vida.

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